La muerte de Dios y el ocaso de los valores

La muerte de Dios y el ocaso de los valores

5/18/2025

El descenso al nihilismo

Como expuse en mi post anterior, el derrumbe de las estructuras tradicionales —provocado por la “licuación” de la realidad en la que todo se vuelve relativo, inestable y efímero— no solo ha generado una profunda crisis de sentido, sino que nos ha dejado frente a un vacío existencial difícil de ignorar. Y es precisamente ese vacío el que nos empuja, casi inevitablemente, hacia el nihilismo.

La palabra nihilismo proviene del latín nihil, que significa “nada”. Es la filosofía que afirma que no hay base para los valores y el significado de la vida. Esto choca frontalmente con la visión cristiana de Dios como garante último de la verdad, la moral y el propósito. Pero, ¿importa acaso Dios en el siglo XXI? ¿O más bien hace mucho tiempo que ha muerto en la conciencia colectiva?

En el tercer capítulo de Así habló Zaratustra, el filósofo y filólogo alemán Friedrich Nietzsche (1855–1900) formula esta crisis con una crudeza profética. Al declarar que “Dios ha muerto”, no lo hace con júbilo, sino con espanto. Esta afirmación representa el acontecimiento más terrible de la historia de la humanidad, porque implica que el fundamento sobre el cual se ha construido toda la cultura, la ética y el conocimiento de los últimos dos mil años se ha revelado como falso o inexistente. Y con ello, todo el edificio del sentido comienza a derrumbarse.

Este derrumbe no significa únicamente la pérdida de una creencia religiosa, sino la fractura profunda de un sistema de valores que, durante siglos, sirvió como sostén y brújula para la vida humana. Sin ese punto fijo, la moral se vuelve relativa, las certezas se desvanecen y la búsqueda de sentido se transforma en un reto angustiante. La sociedad postmoderna, con su énfasis en el pluralismo y la fragmentación, refleja esta realidad: múltiples verdades coexisten sin una jerarquía clara, y el vacío dejado por la ausencia de un sentido último se vuelve palpable.

Nietzsche no dejó su crítica sin alternativa. Propuso que, ante la ausencia de valores absolutos, corresponde a cada individuo la tarea de crear sus propios valores y encontrar sentido a la existencia a través de una vida auténtica, sin depender de verdades externas impuestas.

Sin embargo, esta tarea es ardua y requiere un coraje radical, pues implica renunciar a la comodidad de las certezas heredadas y enfrentar la libertad plena —y la soledad— del individuo moderno.

La pregunta que se impone es: ¿somos capaces, en este tiempo líquido e incierto, de construir nuevos fundamentos que no se basen en dogmas pero tampoco caigan en el vacío? ¿Podemos recuperar el ejercicio profundo de la ética en un mundo que ya no cree en absolutos?

El desierto crece: ¡ay de aquel que alberga desiertos en su interior!
Friedrich Nietzsche

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